El hijo de Dios está destinado a vivir en la casa del Padre y, de esta manera, se encuentra en toda la perfección del Poder de Dios.
El hijo de Dios goza de la misma bienaventuranza que goza Dios, tiene a su disposición todo lo que Dios tiene y hace todo lo que Dios hace.
El hijo tiene a Dios Mismo como su verdadero Padre. Es guiado y conducido por Él Mismo. Puede hablar con Él todo el tiempo.
El hijo de Dios se encuentra al cuidado personal de Dios. La completa atención del Todopoderoso está abocada a su hijo a quien cuida con total dedicación.
El hijo de Dios vive sin preocupaciones y para siempre. Dios construye y cocina para su hijo. Cuando el hijo de Dios alcanza la perfección, se vuelve un señor perfecto, como lo es el Padre en todo el infinito.
El hijo de Dios tiene el derecho de alegrarse de la perfección del poder infinito que proviene del Padre que reside dentro de él.
Las condiciones de vida a las que es sometida cada criatura que nace en esta tierra con el fin de llegar a ser un verdadero hijo de Dios son las siguientes:
El aspirante a hijo de Dios tiene que llevar un cuerpo mortal y doloroso por un corto tiempo.
Tiene que humillarse hasta la muerte en este cuerpo físico. Y, después de haberse humillado por completo, tiene que aceptar experimentar la dolorosa muerte para que, recién así, pueda convertirse en un verdadero hijo de Dios.
El hijo de Dios tiene que aceptar voluntariamente ser probado hasta la última gota de vida a través de todo tipo de sufrimiento dolor y tribulación. Tiene que experimentar y vivir la muerte como una condición para su transformación en un hijo verdadero.
La criatura que voluntariamente pide nacer en la Tierra para ser un hijo de Dios y no logra pasar la prueba tendrá que pagar eternamente por su vanidad en el mar de ira de la divinidad, sin la posibilidad de mejorar su situación.
El hijo de Dios tiene que nacer en la Tierra completamente ciego y sin conciencia de su pasado. Es decir, no puede guiarse por el conocimiento que tenía antes de su nacimiento porque está condicionado a iniciar una nueva, ardua y fatigosa vida sin la ayuda de tal conocimiento.
Lo único que le quedará al nacer es una peligrosa atracción por la vida en el mundo.
El hijo de Dios no podrá obtener, con su cuerpo fatigoso, ninguna gloria o perfección que anhele y tendrá que renunciar voluntariamente al uso de las actitudes, facultades, talentos, capacidades o habilidades que percibe dentro de él, es decir no puede ejecutar nada con ellas.
Y en caso que logre ejecutar algo, aún sea de forma muy imperfecta, entonces ya habrá pecado contra Dios. Y si insiste en continuar pecando, entonces caerá en el mar de la ira divina.
El hijo de Dios no podrá apoderarse o ser dueño ni siquiera de una brizna de hierba. Las riquezas y la gran majestuosidad será contada como un vicio para el hijo de Dios. Él tendrá que ganarse y preparar su alimento con el doloroso sudor de su rostro.
Si bien todo esto representa condiciones bastantes duras con las que difícilmente una criatura alcanzará el éxito. Sin embargo, existe un camino a través del cual el hijo de Dios encontrará Gracia y Misericordia de Dios. Esto consiste en amar a Dios por sobre todo y en querer llegar a ser el más mínimo y el más pequeño entre todos; en soportar todo sufrimiento y dolor con la máxima paciencia y la máxima entrega a la Voluntad de Dios.
En caso que no lo haga el hijo de Dios caerá de manera muy fácil en el abismo.
Sí, las condiciones son duras, por eso hay pocos habitantes de otros astros celestes que desean abandonar su bienaventuranza en el planeta en el que viven.
Por ejemplo, hay criaturas que son seres humanos que habitan en el Sol y viven en moradas de una majestuosidad tan grande que algunos reyes y gobernantes de la Tierra estarían dispuestos a pelear durante 1000 años por poseerlas.
Tienen además el libre albedrío y una vida interior con gran entendimiento. Tienen también la capacidad de actuar por sí mismos, lo que les Genera mucha alegría y gran bienaventuranza. Alcanzar este nivel no es difícil para ellos. Sólo basta que crean que el Señor es el único Dios del Cielo y de todos los planetas sobre los cuales pisan sus suelos. Con este entendimiento, dan la Gloria al Señor a través de sacrificios y adoración. Esa es la forma como se hacen dignos de tal vida bienaventurada. Y cuando llega el momento en que abandonan su planeta, la transición sucede, pero de una manera agradable y placentera, algo de lo cual cada habitante de este sol tiene todo el derecho.
Sin embargo, ellos, como criaturas que son, tienen a Dios sólo como Dios y no como Padre. Para ellos el Señor es un Dios inaccesible, Uno que ningún ojo físico ha podido ver.
Otra característica de estos habitantes del sol es que no conocen el sufrimiento y nunca han sentido el dolor. No conocen la muerte y nunca han tenido que llevar carga pesada sobre sus hombros. Mientras sigan siendo criaturas que viven sobre esa estrella y vivan de acuerdo al orden divino, nunca pueden caer, pervertirse o destruirse. Al contrario, lo que sus corazones desean y sienten lo obtienen en todo momento.